23 abril 2008

¿Estás seguro que quieres viajar con tu gato?

Faltando un mes para el estreno de Indiana Jones les quiero contar una historia que sucedió hace ya casi un año con otro Indiana.

Con este:



A mi esposa y a mi nos tocó ir a Venezuela en abril 2007 por un tiempo indefinido y no quisimos dejar a nuestro gato en un albergue ni al cuidado de amigos. ¿Por qué? pues porque es un abuso, para el que cuida muchacho ajeno y para Indiana también. (Coño, no puedo evitar el siguiente mini sermón: y ya que estamos: porque tener hijos/mascotas así por tenerlos no tiene sentido: hay que responsabilizarse por las criaturas que dependen de nosotros. Fin del sermón). Así que contactamos a nuestro veterinario para preguntarle cuáles eran los procedimientos.

Me llamarán chiflado. Puedo aposármelo. Aquí voy.

Lo primero fue rutinario y -digamos- dentro de lo normal: tenerle sus vacunas al día (que las tenía), sacarle un pasaporte y notificar con tiempo a la aerolínea. Pues bien, mi hermano que trabajó un tiempo en un alquiler de carros en el Aeropuerto de Miami me dijo que el porcentaje de animales que mueren en vuelos comerciales era "más alto del que se sabe públicamente". Como pueden imaginar, nos cagamos del susto y nos empeñamos, de ahí en adelante, en que Indiana volaría con nosotros en cabina a como diera lugar. Ah, creen que voy a dejar sin comentar lo del pasaporte. Se equivocan. Suena jodido, pero tiene su lógica, que además es cute. Nuestro Indiana es el único miembro de la familia que viaja con pasaporte europeo, lo cual nos hace soñar con la utópica posibilidad que pudiera algún día pedir la reagrupación familiar.



Para eso era necesario "reservar" un puesto, pues sólo se permiten 2 o 3 animales por vuelo, lo cual me parece bastante lógico ya que volamos en Air Europa, no en GallinAir. Los de la aerolínea nos advirtieron lo siguiente: el gato puede ir sólo si pesa -con todo y transportín- 6 kilos o menos. Para los que no están familiarizados con Indiana, debo aquí hacer mención que el "pequeño" debe tener ADN de lince ibérico porque con solo un año de edad pesaba 6 kilos 200 gramos. ¿Solución? Régimen dietético: con comida light. La mariconería no terminó ahí. Cada dos días lo bajábamos a la farmacia de la esquina a que nos lo pesaran. El que la atendía echaba unas miradas rápidas de lado y lado y nos decía: "ahora que no vienen señoras con bebés" y poníamos al nuestro en el peso para cachorros humanos. Así fuimos presenciando su lenta evolución a la esbeltez.

Bien. La cosa se complicaba. Para sacarlo del país (y para traerlo de vuelta) el Gobierno de España nos pedía un examen serológico, el cual se hace -gratis- en un Laboratorio en Granada, and that's it. Osea, que no hay otro laboratorio en el país que haga la dichosa prueba. Ok, yo llamé y me dijeron: "eso tarda 2 meses", frase que me transformó en un manojo de nervios pues tenía una cita en el Consulado español en Caracas en menos de un mes. "¿Y no se puede hacer más rápido?" pregunté. La genial respuesta: "Si, pero hay que pagar... y no es en España".

Traducción: que había otro laboratorio homologado en Francia. Mi esposa los llamó y les lloró para que nos hicieran el test en menos de un mes. Se portaron de maravilla. Fuimos a nuestro veterinario a que le sacaran la muestra y para ello tuvieron que rasurar parte de los pelos del cuello de Indiana y así pinchar su yugular felina. Tras una centrifugación obtuvieron el plasma que debíamos enviar a Francia.

Ok. ¿Siguen conmigo? Agárrense. El plasma de los coj... tenía una vida de 48 horas. Si llegaba después de ese tiempo, no servía. Contratamos a FedEx en el servicio más urgente de todos (i.e. el más caro) y nos dispusimos a mandar la vaina cuando nos advirtieron que las aduanas en Francia retienen en cuarentena toda muestra biológica que ose entrar al país de las ancas de rana. ¿Problema? nada que no se pudiera resolver escondiendo el tubito de la muestra en un paquete de magdalenas. Por cierto, los del laboratorio en Francia se las comieron y nos dijeron que les encantó. También nos dijeron que habíamos mandado "poca plasma" pero habían hecho todo lo que estaba en su poder por hacer el examen. Traducción: que los lerdos en España me pincharon al gato y lo hicieron mal. Más traducción: que a los precios que cobraban los franchutes, más les valía poner que el gato estaba más sano que el Niño Jesús.



Pues bien. Ya no era por la muestra que ya la teníamos, ahora eran los sellos, ¿Dónde los hallaríamos?

Por fax nos llegó el resultado de laboratorio con el cual nuestro veterinario debía redactar un informe, documento que a su vez debía de estar propiamente legalizado. En cristiano, eso significaba (y sigue significando) que no podríamos sacar a Indiana pero es que ni a Toledo sin antes asegurarnos de obtener los siguientes sellos: sello del Colegio de Veterinarios de Madrid, sello de la Asociación de Veterinarios de no-sé-dónde-coño, sello del Ministerio de Agricultura y (sí, lo que viene ahora está bien escrito y revisado) sello del TRIBUNAL SUPREMO DE JUSTICIA.

Do we love our cat or what?

Llegó el día del vuelo. Todo listo. Pusimos a Indiana en ayunas desde el día anterior, y se notaba, porque andaba como en modo stand-by. Durante toda la espera en el aeropuerto escuchamos que estaba un poco ladillado metido en su transportín, soltando aquí y allá esporádicos "miiiiaaaauuus" en tono casual, que traducidos al español quieren decir "miiiaaauu que ladilla!" y "miiiaaauu sáquenme de esta mierda".

AirEuropa nos cobró el gato como exceso de equipaje, medida que me hizo ver con malos ojos a una familia de gordos que esperaban más atrás en la fila. En eso la encargada nos dijo que lo pusiéramos en la correa donde pesan las maletas, acción que transcurrió en cámara lenta, pero terminó con todos nosotros riendo al ver los números rojos digitales que aparecían en la pantallita: "6.0 Kg". Nos despedimos de los primos que nos llevaron al aeropuerto y procedimos a pasar por los controles. Yo llevaba el fajo de documentos a mano, no tanto por agilizar la salida sino para batírselos por el pecho al primer huev.. perdón, policía que tratara de ponerse cómico con nosotros. En mi imaginación estábamos en un mundo de Sam Peckinpah donde el oficial nos diría "alto allí, no pueden sacar ese gato!" y yo le diría "Ah si? aquí tenemos esto" (y le tiraría los papeles a la cara), y el policía diría "ah, pero tienen ustedes el sello del TRIBUNAL SUPREMO DE JUSTICIA?" a lo que le espetaríamos: "estabas tu chiquito, y ahora déjanos pasar que llevamos prisa, tombo!"

Nada más lejos de la realidad. No nos pidieron ni un papel, sino lo contrario: todos y cada uno hicieron el ruidito ese que en cualquier idioma significa "aaaaahhhh, que gatito más lindo!". Odié la Ley de Murphy por enésima vez. Sólo en el último control, ya molesto le dije al policía "¿es que no nos va a pedir ni un documento del gato?" y su inolvidable respuesta, con ese swing castizo tan típico, fue: "¿y qué quieres que haga, chaval, que le selle la salida al gato?" Whatever fuckers.

Entramos al avión y nos tocaron los dos puestos del medio de un airbus, es decir, de la fila de 4 asientos consecutivos: justo los del medio. Menos mal que quienes los ocuparon no eran alérgicos ni gilipollas. Pasaron el vuelo entero piropeando al gato. Según despegábamos, Indiana decidió que ya no iba a permanecer un minuto más en su transportín y activó la alarma felina: una serie de maullidos agudos e ininterrumpidos... que terminaron cuando le abrimos la puertecita y -ronroneando con decidida manipulación- se subió a las piernas de su "madre" y se durmió por casi 8 horas.

EPÍLOGO:

El resto del viaje estuvo perfecto, para él y para nosotros. Nuestra estadía en Venezuela fue estupenda (detalles que no tienen cabida en este cuento) pero el regreso fue accidentado, pues tuvimos que volver por partes (gracias a los pujitos del trabajo). Decidimos que yo traería a Indiana a España para que me hiciera compañía mientras tanto. A última hora compramos una cámara desechable con la cual pude capturar, no un recuerdo, sino una prueba irrefutable de este felino que, con año y medio, se pegó un maratón transatlántico. Nosotros estamos locos. Lo sé. Y adoramos a nuestro gato, Indiana.


5 comentarios:

  1. Anónimo3:46 p. m.

    Muy bien Carlos y Geo! Después de leer el cuento de Indiana y disfrutar del buen humor de tu redacción. Me tomo el abuso de fortalecer su conclusión: !SI que están fritos! jejejeje.

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  2. ¡Lo que hace uno por los críos nene! No sé por qué, leyendo el post de Indiana, me acordé de la canción de La Pulga y El Piojo...

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  3. y no crean que a uno no le queda esa satisfacción de mirar atrás contemplar la prueba superada que parecía imposible, y encima poder reírse.

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  4. Está interesante el cuento, sobretodo el aspecto de que el gato sea el único con pasaporte europeo. Lo único que agradezco es no haber sido yo uno de los pasajeros, porque detesto a los gatos.

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  5. Anónimo12:08 a. m.

    simpática historia...me ha hecho sonreir..tengo una gata "naranjilla" como Indiana...próxima semana tenemos un vuelo nacional y me han comentado q tengo q vacunarla, etc...en fin, me curaré en salud...pero q fuerte q luego no te pidan ni un documento...
    mb

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